(Publicado en @diariocorreo el 24 Jun 23)
Lo que dice el título de este texto, lo gritan quienes no entienden que los congresistas son sus representantes, que el Legislativo –además de formular leyes– brinda el principal contrapeso al Poder Ejecutivo. Son peruanos que piensan que el parlamento es responsable de implementar políticas, con acciones de gobierno, en provecho de la seguridad, salud y educación; connacionales que fácilmente son convencidos por ideologías foráneas y por otras que no desean la unidad nacional: creen en Evo Morales; siguen como borregos a los que postulan una asamblea constituyente (MOVADEF y CONULP); venden su firma por una lata de atún; en suma, ignoran su responsabilidad ciudadana y –con su actitud– traicionan a su familia y al Perú.
Sin embargo, existe un problema recurrente en el primer poder del Estado: hay varios parlamentarios que –además de no contar con capacidades para cumplir su función–denotan un comportamiento antitético con los valores morales, patrióticos y democráticos. Esas pésimas características alimentan el desánimo de la población, haciendo que se meta en el mismo saco a congresistas justos y pecadores.
Para cambiar esta iterativa situación es imprescindible modificar nuestra normatividad legal para que: 1. El JNE no brinde acceso a la inscripción de partidos con ideario antisistema; y con planteamientos distintos a las políticas de Estado y a los objetivos nacionales. 2. Solo se permita la inscripción de candidatos de incuestionable calidad moral y democrática. 3. Los congresistas electos ejerzan su cargo después de aprobar un curso de capacitación. 4. Cambios constitucionales: a. art 92 evitar que el congresista ejerza la función de Ministro de Estado. b. Art 93 el congresista sólo represente al ámbito territorial por el que fue elegido.
Podrían existir otras mejoras –como la renovación a mitad del periodo– pero nada cambiará si no se ejecutan medidas efectivas para educar al "electarado" que, por ignorancia o por convertirse en "cojudigno", elige mal para después quejarse de su propia decisión, perjudicando al país.